Centroamérica se desangra

Por: Cristhian Josué Alvarenga López (*)

“Habrá un día en que todos al levantar la vista, Veremos una tierra que ponga libertad” dice la letra del Canto a la Libertad, la composición artística más conocida del cantautor y escritor aragonés José Antonio Labordeta. Esta mítica canción me ha acompañado en España durante largas horas de reflexión sobre nuestra América Central y su retroceso democrático en pleno siglo XXI.

En un mundo dominado por la imagen; muchas personas, instituciones y gobiernos se esmeran más por cultivar las apariencias que por ocuparse de la realidad.

Este es el caso de la dictadura de los Ortega-Murillo de Nicaragua, el auto-proclamado gobierno de “izquierda” de Honduras y los autoritarismos de El Salvador y Guatemala. De todos ellos, el peor es sin duda el régimen de Managua y, cuyo efecto nocivo pareciera contagiarse al resto del istmo centromericano.

Lea: Migración de mujeres y hombres

Todos estos gobiernos viven enfrascados en un esfuerzo titánico por pulir apariencias. Desde la imagen presidencial hasta toda acción estatal que se puede promocionar en las redes sociales y los medios de comunicación. Como ejemplo, en uno de los países antes mencionados se han demolido aceras en buen estado para construir otras más estéticas y se comprometen millones de dólares para evidenciar un “desarrollo” que en realidad no existe.

Bajo la máscara de la seguridad

Lo que importa es la imagen. Estos regímenes presentan en cada país como “modelos de seguridad”. Bajo esta lógica, ya no se sabe si El Salvador bukelista o la Nicaragua orteguista es el país más seguro de América Latina. Lo que sí sabemos –gracias al periodismo valiente e independiente-, es que tanto los gobiernos de San Salvador y Managua vulneran los derechos humanos, persiguiendo ambientalistas, feministas, activistas, organismos no gubernamentales y hasta a curas en el caso nicaragüense.

Por ejemplo, en El Salvador de Nayib Bukele, los ambientalistas de la organización ADES en Cabañas enfrentan en estos momentos procesos judiciales no del todo claros.

Al otro lado de la frontera, en la Nicaragua de la dictadura de la familia Ortega-Murillo se acosa, vigila, expulsa y destierra a personas defensoras de derechos humanos, religiosos y religiosas, impide el ingreso al país desde un joven que dirige un coro parroquial hasta una académica que discrepa de las tesis neoliberales del régimen de Managua.

Tanto el bukelismo salvadoreño como el orteguismo que oprime Nicaragua se reclaman así mismos como “modelos de seguridad” que convierten a sus respectivas naciones en “las más seguras de América Latina”.

Ni Bukele ni el matrimonio Ortega-Murillo dicen nada sobre las sistemáticas violaciones a los derechos fundamentales. Lejos de reconocerlos, más bien se silencia y esconden.

Puede interesarle: Proteger los derechos humanos: una estrategia fundamental para abordar la migración climática

El bukelismo en El Salvador y el orteguismo en Nicaragua dicen que el pueblo es quien manda, pero no se habla del temor a ser encarcelado a causa de discrepar en ambos países.

A fuerza de imagen, a fuerza de un gasto desmesurado en propaganda vacía se quiere hacer creer que el país ha cambiado. En el caso de Nicaragua desde 2018, el país cambió y la dictadura quedó en total descubierto como lo que el orteguismo ha sido: violadores de Derechos Humanos; mientras El Salvador, Nayib Bukele va lento pero en pie firme, demostrando ser un alumno aventajado de los Ortega-Murillo.

No cabe duda que donde los gobiernos de Centroamérica menos disimulan es en la violación de la legislación vigente, empezando con la Constitución, como si en su entorno el desprecio a la legalidad fuera fuente de prestigio.

En el istmo centroamericano, la ley, justicia y religión se utilizan a conveniencia, sin ningún tipo de pudor, para promover el culto al líder y a su versión de la realidad. De este modo, Centroamérica se desangra.


Los regímenes centroamericanos son honestos en la publicidad. No se esconden. Compran medios, voces, crean personajes para que incidan en la opinión pública, persiguen y descalifican a quienes les cuestionan. Paradójicamente, en cada país hay centros de troles en redes sociales que van defendiendo las posturas mesiánicas de quienes gobiernan las naciones del istmo, o para ser más preciso, las desgobiernan.

Ser honesto no es cuestión de dichos, sino de hechos. La rectitud pasa por utilizar los recursos para satisfacer las necesidades más apremiantes de la gente. Es ser decente, razonable y justo. Estas virtudes que se esperarían de cualquier gobierno democrático no son parte del repertorio vital de los actuales funcionarios de los gobiernos de la región centroamericana. Ser honesto implica apegarse a la verdad, no a la conveniencia y el disimulo, que de eso poco saben los gobiernos actuales de América Central.

Lea más: Represión y corrupción alimentan la migración desde Cuba, Nicaragua y Venezuela

No puedo concluir esta reflexión sin hacer una mirada a Guatemala, uno de los países con mayor desigualdad social del planeta. Es un país rico lleno de empobrecidos. Ocupa el lugar 117 en desarrollo humano. El país de la eterna primavera es expresión del modelo socioeconómico marcadamente neoliberal que privilegia los intereses de los empresarios y de las compañías transnacionales.

En las recientes elecciones generales guatemaltecas, la ciudadanía expresó en las urnas el deseo de un cambio de gobierno, pero los poderes fácticos no dan tregua, porque parecieran estar maquinando una especie de golpe de Estado que anularía, por medio de artilugios legales, el resultado electoral de la segunda vuelta de dicha justa electoral, que tuvo como vencedor al socialdemócrata Bernardo Arévalo de León. De llegar a consumarse el zarpazo, la nación entraría en una de sus peores crisis políticas de los últimos 50 años.

Arévalo de Leónganó la segunda vuelta de las elecciones guatemaltecas el pasado 20 de octubre como abanderado el socialdemócrata Movimiento Semilla. A su candidatura se adhirieron campesinos, organismos defensores de derechos humanos, pueblos originarios y organismos populares de base. Sin embargo, la clase política tradicional de ese país aglutinada en el conocido “pacto de corruptos” (formado por funcionarios, políticos, empresarios, militares y estructuras criminales relacionadas con el narcotráfico) no aceptan el cambio democrático en el país.

Desde la firma de la paz en Guatemala, hace más de 26 años, el país ha seguido gobernado por una oligarquía que ha ignorado los Acuerdos que pusieron a la guerra civil guatemalteca (1960-1996) y se ha estado enriqueciendo a costa de dejar al pueblo cada vez más hundido en la pobreza.

En medio de tanta oscuridad, en Centroamérica existen luces de una nueva primavera

En medio de tanta oscuridad, en Centroamérica existen luces de una nueva primavera. Crece la conciencia y exigencia de un cambio democrático. Se percibe una resistencia de las organizaciones sociales, campesinas, indígenas, mujeres, estudiantes, maestros, intelectuales, sindicalistas. La solidaridad debe aumentarse para que crezca al ritmo de las luchas y esperanzas de los pueblos de América Central en el siglo XXI. Y que desde Europa, junto a los hermanos centroamericanos podamos juntas y juntos cantar: “Habrá un día en que todos, Al levantar la vista, Veremos una tierra que ponga libertad”.

(*) Periodista nicaragüense.
Twitter: @CrisAlvaLopez

Actualizaciones del boletín

Introduce tu dirección de correo electrónico para suscribirte a nuestro boletín