El regreso silencioso: más de 4,000 nicaragüenses deportados en nueve meses

El estruendo de las turbinas se ha intensificado en el Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino de Managua. Desde enero hasta septiembre de 2025, más de 4,200 nicaragüenses han descendido de 35 vuelos provenientes de Estados Unidos, portando en sus rostros las huellas del sueño americano truncado. Son compatriotas que regresan no por voluntad propia, sino por la fuerza de una deportación que el gobierno de Daniel Ortega prefiere mantener en las sombras.

Los números revelan la magnitud de esta migración forzada de retorno. Según datos del Departamento de Estado estadounidense y reportes independientes analizados por Confidencial, los 35 vuelos arribaron entre el 9 de enero y el 13 de septiembre, transportando una cifra de deportados que supera ya los 3,996 nicaragüenses deportados en todo 2024. La diferencia es contundente: en nueve meses de la administración Trump se han registrado más deportaciones que en el año completo bajo la presidencia de Joe Biden.

El perfil de quienes regresan cuenta una historia particular del éxodo nicaragüense reciente. En su mayoría son hombres jóvenes, de entre 20 y 40 años, que emigraron hace menos de cinco años y que, paradójicamente, no tienen antecedentes penales. Su única «falta» fue carecer del estatus legal para permanecer en territorio estadounidense, convirtiendo sus historias en testimonios de una migración económica y política que busca oportunidades negadas en su país natal.

La ruta de estos vuelos dibuja un mapa geopolítico complejo. Once de los 35 vuelos hicieron una escala peculiar en la base naval estadounidense de Guantánamo, en Cuba, antes de continuar hacia Managua. Esta parada intermedia, documentada entre abril y julio de 2025, convierte a la controvertida base militar en una estación más del viaje de retorno forzado, añadiendo una dimensión simbólica a la experiencia de deportación que experimentan los nicaragüenses.

La intensidad de las deportaciones ha roto los patrones históricos. Tradicionalmente, Nicaragua recibía dos vuelos mensuales que llegaban el primer y tercer jueves de cada mes. Ahora, los aviones arriban cualquier día de la semana, incluyendo domingos y llegando hasta tres vuelos en una sola semana, como ocurrió en septiembre cuando aterrizaron aeronaves el martes 9, viernes 12 y sábado 13.

El silencio como política migratoria

En el contexto centroamericano, el mutismo del régimen sandinista resulta aún más estridente. De los 731 vuelos con deportados que han arribado a la región entre enero y agosto de 2025, Centroamérica absorbe el 55% de todas las deportaciones estadounidenses. Guatemala encabeza la lista con 309 vuelos, seguida de Honduras con 259, El Salvador con 119 y Nicaragua con 30, hasta esa fecha.

Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre Nicaragua y sus vecinos centroamericanos: Daniel Ortega y Rosario Murillo son los únicos líderes de la región que no proporcionan información sobre la llegada de sus ciudadanos deportados. Mientras Guatemala, Honduras y El Salvador mantienen programas de recepción y reinserción, y comunican públicamente sobre el fenómeno, el gobierno nicaragüense actúa como si estas deportaciones masivas no existieran.

Esta estrategia del silencio no es casualidad. Reconocer la magnitud de las deportaciones implicaría admitir que miles de nicaragüenses han huido del país en busca de mejores condiciones de vida, precisamente lo que el discurso oficial niega. Cada vuelo que aterriza en Managua transporta no solo personas, sino testimonios vivientes de las causas estructurales que impulsan la migración: la crisis económica, la represión política intensificada desde 2018 y la falta de oportunidades para los jóvenes.

Los datos del Deportation Data Project revelan que en el primer semestre de 2025, las autoridades estadounidenses arrestaron a 3,051 nicaragüenses, de los cuales 780 ya tenían órdenes de deportación. Estas cifras sugieren que la tendencia continuará incrementándose, convirtiendo las deportaciones en un fenómeno que el gobierno nicaragüense ya no podrá ignorar indefinidamente.

Para las familias que esperan el regreso de sus seres queridos, cada aterrizaje representa el final de una inversión emocional y económica que puede haber costado años de sacrificios. Para el régimen, cada vuelo es un recordatorio incómodo de que, pese a la retórica oficial, Nicaragua sigue siendo un país del cual su gente busca escapar, incluso arriesgando la deportación y el regreso forzado a la realidad que intentaron dejar atrás.